Ο ΜΥΘΟΣ

El mito nos acerca a la razón lo que la razón desconoce


    Se cuenta que el joven Androgeo llevó a su patria a la cumbre de la gloria en los juegos que, en Atenas, había organizado el rey Egeo; pero la gloria no fue duradera para el joven príncipe cretense, hijo del rey Minos y la reina Pasífae. Celoso, el rey ateniense lo hizo luchar con el enorme toro de Maratón que, en otro tiempo, Hércules había liberado en el continente. El toro mató al muchacho.
    Como es lógico toda la fuerza de la floreciente Creta fue lanzada contra la criminal Atenas. Después de una larga y cruenta guerra, los atenienses recurrieron a Apolo para que les indicara cómo acabar con la peste que, por petición de Minos, asolaba Atenas. Apolo fue claro, debían atender los deseos de Minos.
       Y Minos fue implacable: cada año debían entregarle un tributo consistente en siete muchachos y siete muchachas que, inmediatamente, eran encerrados en el laberinto del palacio de Cnosos para pasto del monstruoso hijo de la reina Pasífae: el Minotauro...





   Pero, ¿quién era ese terrible monstruo y cómo había llegado a estar encerrado en un críptico palacio construido, precisamente, por un ateniense?
    La hermosa reina cretense, Pasífae, es hija del Sol y, por ello, arrastra la maldición de Afrodita que se venga en Helios y toda su descendencia de la humillación sufrida en Lemnos cuando su esposo, Hefesto, la encerró con una red de pájaros con su amante, y cuñado, Ares, para regocijo y desprecio de todos los presentes, humanos y divinos.
    Ninguno de los de la sagrada familia del Sol son afortunados en amores. Tampoco ella. Pasífae, casada con el rey Minos y madre de Agenor y Ariadna, siente una irresistible pasión por un toro magnífico de los rebaños de su esposo. 
    A Creta ha llegado buscando hospitalidad el arquitecto ateniense Dédalo convicto del asesinato por celos de su sobrino Pérdix, inventor de la sierra y convertido en perdiz durante su caída desde la roca sagrada de Atenea.
    Y es a Dédalo a quien recurre la reina en su insana pasión...




DÉDALO Y EL LABERINTO
  
  Teseo y los demás tributos de Atenas no fueron los únicos castigados en el laberinto. Su propio constructor, el ateniense Dédalo, fue encerrado allí junto a su hijo Ícaro. El inventor fue a la vez el causante del laberinto, e incluso, de la creación del monstruo, mitad humano, mitad toro, que devoraba a sus compatriotas; como una víctima más del rey Minos.
  Dédalo era un constructor ateniense brillante, pero muy celoso. Al ver que su sobrino Talos (o Pérdix), era más inteligente y mañoso que él, lo tiró de lo alto de la Acrópolis, pero Atenea salvó al muchacho convirtiéndole en una perdiz. Dédalo debió salir de Atenas por su crimen, asentándose en Creta, donde hizo diversos trabajos para el rey Minos. Allí fue donde construyó una vaca hueca de madera para permitir que el toro blanco del que Pasíafe, la esposa del rey, se había enamorado, pudiera dejarla embarazada. Así fue como Dédalo, sin saberlo, provocó el comienzo de las desgracias de los atenienses.
   Minos quedó tan avergonzado por ese monstruo que le pidió a Dédalo que construyese un lugar en que encerrar al monstruo y que jamás pudiera escapar. Dédalo ideó entonces el Laberinto, una red subterránea de túneles y cámaras con una única entrada y salida en la que quedó encerrado el Minotauro, que se alimentaba de carne humana.
  Este fue precisamente el castigo para los atenienses por la muerte de Androgeo, hijo de Minos: debían entregar a siete chicos y a siete chicas para ser devorados por el Minutauro. Teseo mató finalmente al Minotauro con la ayuda de Ariadna, hija de Minos, y liberó a los atenienses de aquel injusto tributo y a los cretenses de aquel monstruo. Pero dado que había ayudado a Ariadna, Minos encerró a Dédalo en el laberinto que él mismo había construido, junto con su hijo Ícaro. Dédalo sabía mejor que nadie que era imposible escapar de allí y como último recurso diseñó dos pares de alas compuestas de plumas y cera de abejas para su hijo y para él. Antes de despegar le pidió a Ícaro que no volase ni demasiado bajo ni demasiado alto. El invento funcionó, pero Ícaro, queriéndose acercar al Sol, se estrelló en el mar y se ahogó, tras lo cual su padre apenado le enterró en la isla que desde entonces llevó el nombre de Icaria. Sin embargo, Dédalo conseguiría su venganza contra el rey Minos, al que mataría con otro de sus inventos.
   Pero… ¿qué hay de real en esta historia? ¿Existe el laberinto?
  Se piensa que la leyenda del laberinto tiene su base en el palacio de Cnosos, una sofisticada construcción de 17.000 metros cuadrados y más de 1.400 habitaciones o cámaras construida en el año 1.700 a.C. Bajo los restos griegos y romanos, encuentra numerosos testimonios de la civilización minoica, y a partir de 1900, se emprenden las excavaciones en el palacio de Cnosos. Estas no tardan en dar frutos. Muy pronto, sacan a luz una profusión de salas y de corredores que permiten aclarar las leyendas desde una nueva perspectiva: una arquitectura tan compleja es, sin duda alguna, el origen de los relatos mitológicos sobre el Laberinto. Además, se encuentran numerosos frescos y esculturas que representan toros.
   Como se ve, el laberinto levanta pasiones entre aquellos amantes de los mitos, que tienen pesadillas con el horrible Minotauro y entre los más prácticos, que sueñan con desentrañar la verdad sobre el laberinto, más allá de las historias.



por África Marín Rubio, 2º de bachillerato
No sólo el Minotauro

    En la azulada hora del amanecer, cuando apenas la Aurora empieza a aparecer desde oriente, la muchacha no da crédito a lo que sus ojos ven: ¡el barco de negras velas se aleja de la playa!
    Entre el asombro y el dolor, sin poder reaccionar todavía, la joven Ariadna recuerda que ella también es descendiente del Sol y maldice su estirpe y a su ilustre abuelo que esta mañana, como avergonzado, todavía no ha emprendido su viaje diario.
     Casi inmediatamente la rabia la inunda y la desborda. Sus maldiciones no son ya para los suyos, sino para sí misma y para el mentiroso príncipe ateniense que la ha hecho traicionar a los suyos, alejándola para siempre de las orillas de su Creta natal para abandonarla en esta playa desierta de la ignota Naxos. ¡Ojalá muy pronto conozca también Teseo el dolor de una muerte cercana!
      El cielo es densamente azul. Se oyen rugidos de fieras que se acercan. Gritos y lamentos. Ariadna no tiene fuerzas para el miedo. Ya ha muerto para los suyos y nada le queda ni a este ni al otro lado del Leteo. Sin embargo, quizá más por curiosidad que por otra cosa, abandona también ella la visión del barco que se aleja y vuelve su mirada hacia el bosque que cierra la playa: panteras, mujeres enloquecidas, sátiros y faunos y, entre ellos, un hermoso joven que la mira con una intensidad extraña.
     En ese momento el cielo se ilumina, pero no es el Sol que parece no querer presenciar la desgracia de su nieta de la que se siente culpable, sino una hermosa corona nupcial la que ha aparecido sobre ella en la inmensa bóveda celeste.
     El joven se le acerca y ella ya no siente ira. Ha olvidado a Teseo. Dioniso la abraza y ella se siente plena de una felicidad desconocida, sin embargo algo ha quedado en el fondo de sus ojos verdes:
    -"Dime cuál es el dolor que se te aloja en el alma"
    - "Yo era una niña feliz, en el palacio más hermoso que se pueda imaginar. Pero ese palacio guardaba un secreto terrible...


Olim Minos, magnificae Cretae rex superbissimus, Neptunum suplicaverat taurum ad sacrificandum mittere. Deus coma caerulea taurum ingentem, tantum dissimilis tauro divo Europae raptatori e colore capilli, e ponto surgere fecit.
Sed nimis pulchrum illum taurum Minos videtur ac eum sacrificare noluit. Rex in stabulis regiae taurum clausit et servos territos alium animal simile illi necare deo marino iussit.
Neptunus prae iracundia excanduit, terra a nigerrimis equis marinis currentibus movetur, vero rex Cretensis nihil audit, omnia ausus est.
Tunc Neptunus “memoria istius diei numquam ex animo tuo discedet”, inquit, “Ultio serva Cronidae erit”.

Ex eo die regina Pasifae, uxor Minois, ad stabula regalia ire solebat et mirabilem taurum admirari… dum Sol, in caelo, omnia videbat et omnia sciebat.

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